REVISTA KINETOSCOPIO 133 - Cine y pasión. El universo de Scorsese

Martin Scorsese: retrato del artista cinéfilo

Scorsese representa la cinefilia en todos sus aspectos: la realización, la escritura, la producción, la preservación, la curaduría, el testimonio, la crítica, la docencia, la pasión. Nacido en noviembre de 1942 es, en el otoño de su vida, un maestro unánimemente aplaudido que presentó en Cannes en mayo de 2023 una nueva película, Killers of the Flower Moon, con el mismo entusiasmo que lo haría un cineasta debutante. Su cine representa una herencia de más de cincuenta años de trayectoria en la que ha abordado la ficción y el documental con igual sensibilidad. El suyo es un cine trazado a lo largo de unas líneas temáticas claramente definidas en las que Nueva York le sirve de marco para plasmar sus ideas sobre la crisis de la fe, el pecado, la culpa, la improbable redención en esta vida, la esquiva salvación en el más allá. Scorsese es un católico pero eso no convierte a sus películas en panfletos. El suyo no es un cine de iglesias y templos sino de barriadas, wise guys y crimen organizado. Los personajes de una Nueva York underground, influida por la mafia italoamericana, deambulan tanto por los inicios de su obra como en su parte más reciente, debatiéndose ellos entre sus inclinaciones delictivas y sus aspiraciones a una redención propia o ajena.

A Scorsese le pasó algo igual. Hacia 1977 estaba inmerso en la drogadicción y suponía que no iba a llegar a cumplir 40 años. El propio cine fue su salvación. Quizá por eso se aferra a él con tal devoción. Sus documentales sobre el cine norteamericano (convertido después en libro) y el cine italiano rebosan pasión: cuando Scorsese habla de cine –sobre todo del clásico– es imposible no contagiarse de su arrobamiento. Por eso era apenas lógico para alguien como él crear la Film Foundation, dedicada a la restauración y preservación de las obras maestras del cine. Pero el cine de los márgenes tampoco le es ajeno, por eso también gestó el World Cinema Project (WCP) que permite conservar aquellas películas fuera del canon occidental, pero que tienen un valor igual para las cinematografías periféricas. Scorsese devenido en el mecenas del arte que lo salvó.

Refugiado ahí, en el arte y en la cultura, su filmografía rebosa de música y músicos, de bandas sonoras excepcionales y de documentales donde el blues y el folk se entrelazan con el rock: ahí están sus tributos a Bob Dylan, los Rolling Stones, George Harrison y David Johansen para demostrarlo. Pero también hay espacio para neoyorquinas inveteradas como Fran Lebowitz, o un joven actor como Steven Prince, la celebración de los 50 años del New York Review of Books o el director Elia Kazan. Su cine acogió el documental como algo connatural y de ahí surge la virtud que los caracteriza. Scorsese es en sí mismo un referente cultural y se nota que le gusta estar rodeado de personajes que estimulen su naturaleza intelectual. Plasmarlos en un documental es apenas un paso lógico y consecuente.

El director que ganó en Cannes la palma de oro por Taxi Driver es el mismo que dirigió la que es considerada la mejor película de la década de los ochenta (El toro salvaje) y es el mismo que fue censurado por la iglesia en muchos países por La última tentación de Cristo. A su vez es la misma persona que ganó el Oscar a mejor director por Los infiltrados y que ha sido productor ejecutivo de películas de Joanna Hogg, Kornél Mundruczó, Alice Rohrwacher o Paul Schrader, proyectos que quizá sin su ayuda nunca se habrían realizado. También es el mismo que en mayo de 2023 participó en el seminario La estética global de la imaginación católica en Roma.

Todos son uno y el mismo, un hombre llamado Martin Scorsese, a quien dedicamos este número de Kinetoscopio. Los invitamos a todos a (re)descubrir su obra con los textos que a continuación les ofrecemos.

–El editor